Un raro problema para la naturaleza humana

«La mayoría de los seres humanos posee una capacidad casi infinita para dar las cosas por sentado».
—Aldous Huxley, Themes and Variations.

Rodeadas por cascadas, ríos y pantanos, varias comunidades aborígenes viven en distintas áreas de la selva tropical del noreste australiano. Las comunidades de las zonas costeras ascienden a las mesetas durante las épocas de lluvia para rehuir el calor, la humedad y las plagas de insectos durante la temporada. Las que habitan en las mesetas, en cambio, descienden a la costa durante el invierno, huyendo de las heladas y la niebla montañosas. Su herencia oral cuenta diversos mitos acerca del origen del mundo, como que todos los animales originalmente eran personas, y hechos reales transmitidas en forma de leyendas. Algunas narran que los ancestros podían caminar entre distintas islas de alta mar hace milenios, y hoy sabemos que la historia no es disparada: el nivel del mar era muchísimo más bajo entonces que en la actualidad.1

Las tradiciones de estas comunidades incluyen eventos anuales en los que cantan y bailan, se casan y, también como parte de la celebración, resuelven conflictos o disputas con luchas frente a frente. También hay tradiciones menos alegres. Sabemos que en ocasiones practicaban la antropofagia. El canibalismo estuvo siempre prohibido, por lo que nadie asesinaba a otra persona con la intención de comérsela, pero sí se podía asaltar la tumba de una persona recientemente fallecida para comer sus restos, y también se podía consumir la carne de una persona sentenciada a muerte.

Pero acaso las características más exóticas de estas comunidades sean sus lenguas: el dyirbal, el yidiñ y el warrgamay, entre otras. ¿Qué tienen de peculiar? Podemos fijarnos, solo para empezar, en su sistema gramatical de género. Mientras que en español estamos acostumbrados a manejar solo dos, en dyirbal, por ejemplo, existen cuatro de ellos. Un género designa las cosas comestibles, otro agrupa a la mayoría de los animales y a los hombres. Un tercero incluye el fuego, los líquidos que se pueden consumir, cosas relacionadas con la lucha y a las mujeres, y el cuarto género es un cajón de sastre al que va todo lo que no entre en los géneros anteriores. El yidiñ, otro lado, usa alrededor de veinte géneros.2

Sistemas lingüísticos aparte, las comunidades aborígenes australianas también son populares por su sistema de parentesco, que definen las obligaciones sociales que tiene una persona con otras. Los hijos de las hermanas de tu madre y de los hermanos de tu padre se denominan primos paralelos, y se consideran hermanos, mientras que los hijos de los hermanos de tu madre y de las hermanas de tu padre se llaman primos cruzados y se consideran parejas potenciales. Los jóvenes no tienen permitido dirigirse directamente a sus primos cruzados, pero sí a sus primos paralelos. Generalmente, el conocimiento léxico de los miembros de estas comunidades es muy rico para los ojos occidentales: nombran a cada especie de animal con un vocablo específico. Sin embargo, todo cambia cuando están en presencia de primos cruzados; en esta situación, usan palabras más vagas o generales, como parte de sus normas culturales.3

¿Las personas más raras del planeta?

En un artículo ahora bien conocido publicado en 2010, los psicólogos Joseph Henrich, Steven Heine y Ara Norenzayan expresaron la preocupación, compartida durante un tiempo por los antropólogos,4 de que la gran mayoría de los estudios en las ciencias conductuales se llevaban a cabo con personas que tienen características muy inusuales en la mayoría de los dominios psicológicos. Estas personas, para las que acuñaron el acrónimo WEIRD, vienen de occidente y viven en sociedades escolarizadas, industrializadas, ricas y democráticas. Una completa extravagancia en el registro antropológico:

Durante la mayor parte de su historia evolutiva, los humanos han vivido en sociedades de pequeña escala sin escuelas formales, gobiernos, hospitales, cuerpos de policía, divisiones complejas del trabajo, mercados, organismos militares, leyes formales o transporte mecánico. Cada hogar adquiría su alimento por cuenta propia; hacía sus propias prendas, herramientas y refugios; y —aparte de la división sexual del trabajo— casi todo el mundo tenía que dominar las mismas habilidades y adquirir los mismos conocimientos. Los niños no crecían normalmente en familias nucleares monógamas y pequeñas, con unos pocos parientes alrededor, ni se alejaban de sus familias en las escuelas por la mayor parte del día.5

Y existen pocas garantías de que una investigación realizada con personas en sociedades tan poco representativas de la humanidad generalicen a toda esta. Podemos observarlo claramente volviendo al tema del género gramatical. Nosotros los occidentales podríamos creer que lo normal es tener dos (como el español, el francés, el catalán, el italiano, el portugués y demás lenguas románicas) o quizá tres (como el ruso, el griego, el alemán, el latín o el polaco). Pero esto está muy lejos de ser el caso. Para buena parte de las lenguas del mundo (en concreto, para un poco más de la mitad de ellas), lo normal es carecer de un sistema de género gramatical en absoluto. Menos de una quinta parte de todas las lenguas conocidas poseen un sistema gramatical de dos géneros, y apenas el 10 % de ellas poseen un sistema con tres; muchas menos poseen más que estos.6

Las claras limitaciones que acompañan a la investigación eurocéntrica, sin embargo, no han impedido que se formulen toda clase de hipótesis descabelladas. De acuerdo con algunos, los amigos invisibles son un fenómeno extremadamente «común alrededor del mundo».7 En los Estados Unidos puede que este sea el caso, pues más de dos tercios de los niños han afirmado tener un amigo imaginario,8 pero en Nepal, por ejemplo, apenas uno de cada veinte dice tenerlo.9 Aunque los extraterrestres de Hollywood lo olviden con facilidad, Norteamérica no es el mundo.

La evidencia antropológica no solo contradice muchas ideas populares; también plantea cuestiones interesantes. A pesar de que la naturaleza humana es egoísta e individualista, existen varias sociedades primitivas que van contra sus instintos más… primitivos. Los economistas conocen como descuento social la preferencia por beneficiar a individuos socialmente cercanos antes que a individuos socialmente más lejanos; preferimos ayudar a un amigo antes que a un desconocido, o a un familiar antes que a un colega laboral. El nepotismo es producto de este fenómeno llevado a su extremo. Pero no todas las sociedades humanas siguen esta tendencia. En Bangladés e Indonesia, las personas no hacen descuentos sociales; prefieren beneficiar a las personas distantes con mayores necesidades que a las personas cercanas con menores necesidades.10

Otro comportamiento socioeconómico peculiar ocurre en el juego del ultimátum, en el que se asigna a una pareja de jugadores la sencilla tarea de negociar. Un jugador recibe una cantidad de dinero y debe ofrecer un porcentaje, elegido caprichosamente, al otro participante. Por supuesto, no todo vale, y es aquí donde el juego se pone interesante: si el otro participante rechaza, por cualquier motivo, la oferta que le hacen, ambos se quedan sin nada. La lógica económica dicta que, en este escenario, el participante que tiene el dinero ofrecerá a su compañero alrededor de la mitad, o quizá un poco menos, porque si ofrece demasiado poco a su compañero este puede rechazar la oferta y hacer que se quede sin nada. Su compañero, además, aceptará alrededor de la mitad, o quizá un poco menos, porque no es razonable esperar que la otra persona ofrezca demasiado y una buena cantidad gratis es mejor que quedarse sin nada. Cada vez que se realiza este juego en distintos países, los resultados avalan el razonamiento económico: las ofertas tienden a ser de alrededor del 40 % del dinero.11

Quiero decir —ejem— en distintos países desarrollados, industrializados, ricos, democráticos y escolarizados. Porque los investigadores que han realizado este juego en sociedades menos industrializadas, de países menos desarrollados y carentes de todas estas características modernas han encontrado resultados bastante diferentes. Entre los hadza de Tanzania y los tsimanés de Bolivia, muy al contrario de lo que cabría esperar de la firme lógica del Homo economicus, los participantes hacen ofertas generalmente de alrededor del 30 % del dinero, no siempre rechazan ofertas inferiores al 20 % (de hecho, raramente lo hacen) e incluso llegan a hacer ofertas superiores al 60 %, ¡que son rechazadas!12

La razón de estos resultados tan inesperados está en el hecho de que los sentidos de la justicia y la igualdad están determinados culturalmente. Un grupo de investigadores comparó las reacciones ante la desigualdad ventajosa (cuando tú recibes más que los demás) y la desigualdad desventajosa (cuando los demás reciben más que tú) en miembros de siete sociedades diferentes.13 En investigaciones previas, realizadas en países WEIRD, se había observado que los niños de cuatro años ya mostraban aversión a la desigualdad desventajosa, pero la aversión a la desigualdad ventajosa no parecía desarrollarse hasta los ochos años. Se sabía poco acerca de las trayectorias del desarrollo de estos sentidos en otras sociedades o culturas. Hasta ahora. El equipo de investigación que menciono comparó a jóvenes de entre cuatro y quince años de edad y descubrieron que, aunque la aversión a la desigualdad desventajosa existía en las siete sociedades, en los Estados Unidos y Canadá se desarrollaba entre los cuatro y cinco años, mientras que en la India y México, por ejemplo, no aparecía hasta los ocho o diez años, y en todos los grupos, salvo por México, esa aversión a la desigualdad desventajosa aumentaba con la edad. La aversión a la desigualdad ventajosa, en cambio, solo parecía existir en los Estados Unidos, Canadá y Uganda, pues estaba prácticamente ausente en las demás sociedades estudiadas.

No hay que ser un experto para intuir que la aversión a la desigualdad ventajosa, el rechazo moral a ser beneficiado a costa de perjudicar a otros, requiere de cierto grado de empatía o altruismo (también conocido como comportamiento prosocial). La tendencia a ayudar a otros, el rasgo definitorio del comportamiento prosocial, surge tempranamente en la infancia en diversas culturas (al menos en las diversas esculturas estudiadas hasta ahora), aunque la motivación para ayudar varía entre las culturas según el esfuerzo que haya que poner en la tarea.14 La tendencia o motivación para compartir es un poco más variada. Los niños alemanes, por ejemplo, tienden a preferir compartir que con sus amigos antes que con desconocidos, mientras que los niños ugandeses no muestran favoritismos.15

Sin duda, hay que estar agradecidos con aquellos que están dispuestos a compartir con nosotros, incluso a hacer ciertos sacrificios, seamos o no amigos. Pero hay que tener en cuenta que incluso la expresión de la gratitud varía entre las culturas humanas. Algunos investigadores se han tomado la tarea de analizar y comparar grabaciones audiovisuales de ocho lenguas diferentes y, para sorpresa de muchos, han notado que expresar verbalmente el agradecimiento es común entre hablantes del inglés y el italiano, pero muy inusual entre hablantes del ruso y del polaco.16 Sí, así es. En otras sociedades no decir «gracias» no se considera grosero.

Porque existen al menos tres maneras de expresar la gratitud; la verbal es solo una de ellas. Otras dos formas de expresarla consisten en la correspondencia recíproca, es decir, en ofrecer algo a la otra persona como muestra de agradecimiento, y se denominan gratitud concreta y gratitud conectiva. (La diferencia entre ambas es que en la gratitud conectiva ofrecemos algo que sabemos que le gusta o interesa a la persona que nos ha ayudado; en la gratitud concreta no tenemos estos deseos en cuenta). ¿Qué tan común es cada una de estas formas de gratitud? Para averiguarlo, un grupo de investigadores comparó a niños de siete sociedades diferentes, cuyos resultados están plasmados en la figura de abajo.17 Como puedes apreciar, los Estados Unidos son un país donde la gratitud concreta es dominante entre los niños, al igual que en Brasil, mientras que en las otras sociedades domina, sin duda, la gratitud conectiva.

Figura 1. Frecuencia de la gratitud conectiva (eje vertical), la gratitud concreta (eje horizontal) y la gratitud verbal (tamaño de los círculos) en siete países. A partir de la ref. 17.

Las influencias culturales también permean nuestros juicios morales. Es seguro que creas que si una persona lleva a cabo una acción que perjudica a otros lo hace con mucha más intención que una acción con la que beneficiaría otros. Quiero decir, si una persona daña a otros es porque es inherentemente vil, ruin, malintencionada; si una persona ayuda a los demás eso no es algo que forme parte de su personalidad, sino un efecto colateral de una decisión personal. En un estudio muy curioso, un grupo de investigadores encontró precisamente este patrón de razonamiento en personas de México, los Estados Unidos y Corea del Sur: las acciones perjudiciales se consideraban más intencionales que las acciones altruistas. Sin embargo, en personas de Vanuatu y Samoa, el juicio se invertía: estas personas consideraban que una acción altruista era mucho más intencional que una perjudicial (para estas personas era menos creíble que alguien pudiese hacer daño intencionadamente).18

Pese a las considerables diferencias sociales, culturales, económicas y psicológicas que puede haber —y de hecho las hay— en distintas poblaciones humanas, es una práctica bastante habitual en las publicaciones en psicología omitir por completo las características demográficas de las personas que participan en las investigaciones.19 De hecho, las publicaciones estadounideses raramente especifican las características demográficas de la muestra que usaron, comparadas con las de otros países, y los investigadores solo parecen sentir la necesidad de especificar esas características cuando han participado grupos minoritarios.20 Es como si los estudiantes universitarios estadounidenses blancos y heterosexuales fuesen la vara de medir del Homo sapiens, y las precauciones inferenciales solo hubiese que tomarlas cuando no fuesen estos los sujetos de estudio.

En realidad, esta tendencia a asumir que lo propio es lo normativo es más grave de lo que parece. De acuerdo con un análisis de artículos publicados entre 2015 y 2016 en revistas de psicología evolucionista, la mayoría (alrededor de cuatro quintos) de los estudios usaban muestras occidentales. Más específicamente, de 300 muestras, apenas seis procedían de África, y otras ocho de Latinoamérica y el Caribe.21 Otro análisis de artículos publicados en 2017 encontró resultados aun más decepcionantes: ni un solo estudio tenía muestras de África, Oriente Medio o Latinoamérica.22

Este problema también afecta al estudio de las relaciones íntimas, uno de los mayores intereses de la psicología evolucionista, donde más de dos tercios de las muestras se basan en personas estadounideses, y menos del 8 % son muestras de países de Latinoamérica, África o Medio Oriente.23 Y no debería sorprendernos que esto también aplicara a la gran obsesión de los psicólogos evolucionistas, el sexo. Una revisión de cinco revistas punteras de investigación sexual descubrió que alrededor de la mitad de los estudios publicados se basaban en países angloparlantes, y la cifra podría abarcar entre casi el 70 y el 90 % (según la revista) si habláramos de muestras eurocéntricas.24

El estudio de la naturaleza humana, empero, presenta un desafío mucho mayor que la exclusión del 90 % de la población. El hecho es que las personas y las sociedades, como todas las cosas que existen en el universo, son cambiantes. Aunque existen más de 7000 lenguas en el mundo, la mitad de ellas solo son habladas por comunidades de 10 000 habitantes o menos, y cada vez menos, así que casi la mitad de todas las lenguas que conocemos están en peligro de extinción.25 La desaparición de la diversidad lingüística no debe importarnos por sentimentalismo antropológico; si traigo este fenómeno a debate es porque es el producto conjunto de un suceso histórico y una tendencia moderna: la colonización y la globalización.

Por su parte, la expansión territorial de los imperios durante la Edad Moderna (Inglaterra, España y Francia, por mencionar los mejor conocidos) se llevó a cabo con la imposición de sus respectivas lenguas. Los colonizadores, en diversas oportunidades, prohibían a los habiantes conquistados hablar en sus lenguas nativas. «Muchos escritores escolarizados bajo la colonización relatan cómo degradaban, humillaban e incluso maltrataban a los estudiantes por hablar en su lengua nativa en las escuelas coloniales».26 Es cierto que ocasionalmente el contacto entre sociedades tan diversas trajo consigo la creación de nuevas lenguas (como las criollas), pero en general el contacto vino acompañado de imperialismo lingüístico. En España, aún en pleno siglo XX, durante la dictadura franquista se declaró ilegal y sancionable hablar en lenguas que no fuesen el castellano; un cartel popular rezaba «No ladres. Habla la lengua del imperio».27 Y quizá su fuente de inspiración fue el Imperio británico, que durante siglos impuso diversas leyes para prohibir el uso del irlandés, el galés y el escocés (entre otras) primero en textos legales y luego en otros ámbitos de la vida pública.28

Y hay más. Conté al principio la historia de las comunidades aborígenes australianas como si estuviese basándome en datos actuales. No lo son. El lingüista y antropólogo Ronald Dixon, probablemente el mayor experto en el dyirbal y sus lenguas hermanas, confirma que la invasión europea de Australia cambió profundamente a las sociedades aborígenes a partir del siglo XVIII. Si prestaste atención, en estas comunidades existe un estilo del discurso, una forma de hablar, que consiste en usar palabras muy vagas cuando se está en presencia de esposos potenciales. Lo riguroso habría sido escribir que existía este estilo del discurso, porque desapareció hacia 1930; solo lo conocemos porque Dixon estudió a estas comunidades en la década de los sesenta, cuando aún quedaban unos diez hablantes de dyirbal que lo recordaban y estuvieron dispuestos a contarle sobre aquella práctica.29

La globalización, por otro lado, no hace más que acentuar estos efectos de la colonización. Hoy por hoy, no existen sociedades aborígenes como solemos imaginarlas. Tenemos la impresión de que las descripciones con que nos encontramos de la vida aborigen son actuales, pero a menudo se refieren a un periodo bastante lejano en el pasado.30 Actualmente, numerosas comunidades aborígenes tienen acceso a internet. En Australia, donde se encuentran varias de las «sociedades tradicionales» mejor estudiadas, al menos un tercio de las comunidades ingídenas tienen un dispositivo móvil para acceder a internet, y más de dos tercios tienen puntos de acceso cercanos.31 El arqueólogo y antropólogo Robert Kelly nos recuerda que los cazadores-recolectores actuales viven «en un mundo de Microsoft, Coca-Cola, ranchos ganaderos patrocinados por el Banco Mundial, mercados madereros internacionales y levantamientos violentos».

[…] mucho antes de que los antropólogos llegaran a escena, los cazadores-recolectores ya habían contraído enfermedades, habían sido disparados, habían comerciado, habían sido contratados y explotados por los poderes coloniales […]. Los cazadores-recolectores del siglo XX viven en fronteras culturales y oscilan entre la búsqueda de alimentos, la agricultura, el pastoreo, el Estado de bienestar y el trabajo asalariado. […] Prácticamente ningún cazador-recolector en el bosque tropical vive hoy en día sin comerciar fuertemente con los horticultores por carbohidratos o sin comer raciones del gobierno o de los misioneros. Algunos, de hecho, arguyen que es imposible vivir en la selva tropical como cazador-recolector sin los carbohidratos y las herramientas de hierro que les proporcionan los horticultores.32

Esta es una situación complica considerablemente las cosas, porque descubrir similitudes incluso entre poblaciones humanas aparentemente muy distantes en el espacio puede indicar un fuerte influjo del mundo moderno, antes que una naturaleza humana común a todos los integrantes de la humanidad. El problema es precisamente que es difícil desentrañar los efectos de la unidad como especie de los efectos de la normalidad en que ha devenido la modernidad. Un extraterrestre que visitara nuestro planeta podría creer que los restaurantes asiáticos son parte de la naturaleza humana porque no sabría que son una invención del siglo XIX.33

Así que ante un rasgo psicológico común a distintas poblaciones humana, un investigador no puede descartar la hipótesis alternativa de que esta comunalidad podría ser un mero reflejo de la asimilación producida tanto por la colonización cuanto por la globalización. En efecto, muy pocas sociedades aborígenes se mantienen hoy aisladas del resto del mundo, como los sentineleses, de la isla Sentinel, o los pumé, de los llanos de Venezuela. La razón de que tantas lenguas estén al borde de la desaparición es precisamente la integración de las comunidades indígenas dentro de las sociedades modernas de las que forman parte,34 y siendo la lengua el elemento más cultural que existe podemos inferir que lo mismo ocurre con numerosas costumbres, prácticas y datos antropológicos de diversa índole.

Los biólogos decimonónicos tendían a tratar las especies como tipos. Adoptaban una cosmovisión platónica de las cosas y cada vez que alguno descubría u observaba a un miembro de una determinada especie, lo consideraba un ejemplar desviado, imperfecto, del individuo ideal de esa especie. Aunque esta forma de ver las cosas no tiene mucho sentido, los biólogos solo empezaron a ser conscientes de ello cuando se asentó en la disciplina el pensamiento evolucionista. Sencillamente, dentro de cada población existe una enorme diversidad; no todos los individuos son idénticos, ni existen individuos que sean mejores ejemplares de la especie que otros. La psicología actual, por desgracia, aún está atrapada intentando encontrar al hombre de vitruvio. Y ese es el gran desafío para la búsqueda de la naturaleza humana.

Esta entrada se publicó originalmente en la revista Areo. Puesto que no soy fan del autoplagio, aunque esta versión mantiene la idea original, he hecho varias adiciones bibliográficas y varias modificaciones estilísticas, de manera que no es un copia y pega de la versión original. Es más parecida a una segunda edición.


1 Nick Reid y Patrick Nunn, «Ancient Aboriginal stories preserve history of a rise in sea level», The Conversation, 12 de enero de 2015.
2 R. M. W. Dixon, Edible Gender, Mother-in-Law Style, & Other Grammatical Wonders (Oxford: Oxford University Press, 2015), pp. 29-30 y 44 y 50.
3 Dixon, Edible Gender, Mother-in-Law Style, & Other Grammatical Wonders, p. 87 y ss.
4 En Genética neoliberal: Mitos y moralejas de la psicología evolucionista (México: Fondo de Cultura Económica, 2012), la antropóloga Susan McKinnon ya enfatizaba el vicio de la psicología evolucionista a estudiar, primero, «insectos, aves y abejas» y, solo después, «estudiantes universitarios estadounideses».
5 Joseph Henrich, Steven Heine y Ara Norenzayan (2010), «The weirdest people in the world?», Behavioral and Brain Sciences, 33 (2-3): 61-83.
6 Greville Corbett (2013), «Number of gender systems», en el World Atlas of Language Structures.
7 Matt Berical, «The fascinating world of children’s imaginary friends», Fatherly, 27 de febrero de 2020.
8 Joel Schwarz, «Imaginary friends: Most kids have one (or more)», UW News, 9 de diciembre de 2004.
9 Bradley Wigger (2017), «Invisible friends across four countries: Kenya, Malawi, Nepal and the Dominican Republic», International Journal of Psychology, 53 (S1): 46-52.
10 Leonid Tiokhin y otros (2019), «Generalizability is not optional: insights from a cross-cultural study of social discounting», Royal Society Open Science, 6 (2): 181386.
11 François Cochard y otros (2021), «Social preferences across different populations: Meta-analyses on the ultimatum game and dictator game», Journal of Behavioral and Experimental Economics, 90: 101613.
12 Joseph Henrich y otros (2005), «“Economic man” in cross-cultural perspective: Behavioral experiments in 15 small-scale societies», Behavioral and Brain Sciences, 28 (6): 795-815.
13 P. Blake y otros (2015), «The ontogeny of fairness in seven societies», Nature, 528 (7581): 258-261.
14 Tara Callaghan y John Corbit (2o18), «Early prosocial development across cultures», Current Opinion in Psychology, 20: 102-106.
15 Citado por Callaghan y Corbit (2018).
16 Simeon Floyd y otros (2018), «Universals and cultural diversity in the expression of gratitude», Royal Society Open Science, 5 (5): 180391.
17 Sara Etz Mendoça y otros (2017), «The development of gratitude in seven societies: Cross-cultural highlights», Cross-Cultural Research, 51 (1): 135-150.
18 Erin Robbins, Jason Shepard y Philippe Rochat (2017), «Variations in judgments of intentional action and moral evaluation across eight cultures», Cognition, 164: 22-30.
19 Un análisis de los artículos publicados en Psychological Science durante 2014 llamó la atención sobre el hecho de que «más del 72 % de los resúmenes no contenían información acerca de la población muestrada». Cualquiera familiarizado con la investigación puede confirmar que es bastante habitual omitir por completo de dónde salieron las personas que participaron en la investigación, en particular si el estudio está publicado en inglés. Véase Mostafa Salari Rad, Alison Jane Martingano y Jeremy Ginges (2018), «Toward a psychology of Homo sapiens: Making psychological science more representative of the human population», PNAS, 115 (45): 11 401-11 405.
20 Bobby Cheon, Irene Melani y Ying-yi Hong (2020), «How USA-centric is psychology? An archival study of implicit assumptions of generalizability of findings to human nature based on origins of study samples», Social Psychological and Personality Science, 11 (7): en línea.
21 Thomas Pollet y Tamsin Saxton (2019), «How diverse are the samples used in the journals ‘Evolution & Human Behavior’ and ‘Evolutionary Psychology’?», Evolutionary Psychological Science, 5: 357-368.
22 Rad, Martingano y Ginges (2018).
23 Hannah Williamson y otros (2021), «How diverse are the samples used to study intimate relationships? A systematic review», Journal of Social and Pesonal Relationships, 39 (4): 1087-1109.
24 Verena Klein, Özge Savaş y Terri Conley (2021), «How WEIRD and androcentric is sex research? Global inequities in study populations», The Journal of Sex Research, 59 (7): 810-817.
25 Unesco, «A decade to prevent the disappearance of 3,000 languages», entrada de blog, 21 de febrero de 2022.
26 Mohammad Khosravi Shakib, «The position of language in development of colonization», Journal of Languages and Culture, 2 (7): 117-123.
27 Molly Taylor (2022), «La diversidad lingüística durante y después del franquismo en España», The Review: A Journal of Undergraduate Student Research, 23: 9.
28 Wilson McLeod (2015), «The instruction of English in Gaelic Scotland, Ireland and Wales: The dynamics of imposition, acquiescence and assertion», Revista Canaria de Estudios Ingleses, 71: 91-102.
29 Dixon, Edible Gender, Mother-in-Law Style, & Other Grammatical Wonders, p. 86.
30 En diversas ocasiones, Kelly califica con «formerly nomadic lifestyle» (p. 116) o dice de una sociedad que «they were primarily whale and seal hunters» (p. 119), lo que indica que muchas de estas sociedades o bien no existen ya, o bien abandonaron su estilo de vida nómada. Véase Robert L. Kelly, The Lifeways of Hunter-Gatherers: The Foraging Spectrum (Nueva York: Cambridge University Press, 2013 [2.ª ed.]). Por mi formación en lingüística, sé que varias lenguas desaparecen porque las sociedades en las que se hablaban desaparecen (las personas de estas culturas siguen teniendo descendientes, pero estos se asimilan a la cultura mayoritaria y pierden el interés en las lenguas nativas de sus padres o abuelos). En 2022, por poner un caso reciente, murió la última hablante del yagán, una lengua indígena que antes se hablaba entre las comunidades que habitaban la frontera entre Chile y Argentina. Véase Fabian Cambero, «A Chilean indigenous language vanishes as last native speaker dies», Reuters, 18 de febrero de 2022.
31 Measuring Australia’s Divide: The Australian Digital Inclusion Index 2017, informe de la RMIT University, p. 16.
32 Kelly, The Lifeways of Hunter-Gatherers, p. 16.
33 Richard Grant, «The first Chinese restaurant in America has a savory—and unsavory—history», Smithsonian Magazine, sin fecha.
34 Ross Perlin, «Disappearing tongues: the endangered language crisis», The Guardian, 22 de febrero de 2024.

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