El espejismo del espíritu

«¿Qué es el alma? No sabemos nada sobre ella. Si esta supuesta alma fuese de una sustancia ajena a la del cuerpo, la unión de ambos sería imposible».
Barón d’Holbach, La inmortalidad: Una suposición absurda.

Inglaterra. Verano de 1848.

Son cerca de las cuatro y media de la tarde. Una cuadrilla de trabajadores de los Ferrocarriles Rutland y Burlington trabaja arduamente para extender el servicio de trenes hasta Vermont. Hoy, el trabajo es pesado; «el terreno es desigual en todas direcciones, cubierto de durísimas rocas estratificadas». Para ahorrarse tener que construir numerosos desvíos, los obreros deciden abrir paso a través de las rocas con dinamita.

Phineas Gage es el capataz de construcción. Se trata de un hombre fornido, metro setenta de estatura; «una especie de joven James Cagney que zapatea con donaire y fuerza, encima de rieles durmientes». Pero sus jefes lo consideran más que un simple trabajador en excelente condición física. Se refieren a él como «el más eficiente y capaz» de todos sus empleados. Una fortuna, dado que su labor exige, aparte de gran habilidad física, una intensa capacidad de concentración, especialmente ahora cuando tiene que dirigir las detonaciones que él y su equipo están a punto de llevar a cabo.

Primero hay que hacer un agujero en la roca. Dentro se pone una espoleta y pólvora, que se cubren con arena para evitar que el estallido se produzca hacia afuera de la roca. La arena se aprieta con golpes suaves dados con una barra de hierro, cuyo manejo debe ser tan delicado que Gage posee una elaborada personalmente para él.

El equipo ya está puesto manos a la obra cuando, de pronto, parece que alguien grita, lo que distrae a Gage. Segundos después, retoma su tarea pero, antes de que su ayudante ponga la arena, empieza a apisonar la pólvora con la barra. Se produce una chispa en la piedra y la carga de dinamita le explota en la cara. La barra sale disparada, le atraviesa la mejilla izquierda y sale por la parte superior de la cabeza, destrozándole la zona frontal del cerebro. Cubierta de sangre y algunos tejidos cerebrales, la barra aterrizó a unos treinta metros de distancia. Gage está en el suelo. Los obreros lo cargan en brazos hasta una carreta que lo transporta a un hotel donde un amigo suyo le busca un doctor, quien no olvidará el caso y, varios años más tarde, lo describirá así:

Cuando llegué, Gage estaba sentado en una silla, en la galería del hotel de Adams, en Cavendish; me dijo «Doctor, aquí hay trabajo para usted». Había visto la herida antes de bajar del coche, las pulsaciones del cerebro eran patentes, pero solo pude detallar su aspecto después del examen. La parte superior de la cabeza parecía un embudo invertido; en los bordes de la lesión, había pedazos de hueso; la apertura a través del cráneo e integumentos tenía unos tres centímetros de diámetro, y la herida parecía producida por un objeto en forma de cuña, que hubiera perforado de abajo hacia arriba. Mientras le examinaba la cabeza, Gage contaba a los mirones cómo había sucedido el accidente; se expresaba con tanto juicio que le hice directamente las preguntas del caso, en lugar de plantearlas a los testigos que lo acompañaban. Me relató, como haría muchas veces en años posteriores, algunos detalles del percance. Estoy en condiciones de afirmar que en ningún momento, entonces o después, advertí en él algún síntoma de irracionalidad, excepto en una ocasión, a dos semanas después del accidente, en que insistía en decirme John Kirwin, a pesar de lo cual me contestaba correctamente todas las preguntas.

Gage podía caminar, correr, palpar, oír e incluso hablar con fluidez. Era coherente. No mostraba señales obvias de que alguna de sus facultades mentales se hubiera perdido tras el accidente, aunque —como escribió su doctor en un informe— había perdido «el equilibrio entre sus facultades intelectuales y sus inclinaciones animales». En concreto, ahora era «impredecible, irreverente, dado a las expresiones más groseras (lo que antes no había sido su costumbre)», mostraba poca cortesía al tratar a otros, era «incapaz de contenerse o de aceptar un consejo si se oponía a sus deseos inmediatos», exhibía «una porfiada obstinación, una conducta caprichosa y vacilante» y también «fantaseaba con un futuro improbable, armando castillos en el aire que abandonaba apenas esbozados». A las mujeres se les sugería no acercarse para evitar ser ofendidas por su lenguaje obsceno. Gage —decían sus amigos— ya no era Gage.1


«El fantasma en la máquina» es un apelativo acuñado a mediados del siglo pasado por el filósofo inglés Gilbert Ryle en su libro El concepto de lo mental. He aquí su exposición de la idea:

Existe una doctrina sobre la naturaleza y localización de lo mental que prevalece tanto entre los teóricos y aun entre los legos que merece ser considerada la doctrina oficial. […] El cuerpo y la mente están unidos, pero después de la muerte del cuerpo la mente puede continuar existiendo y funcionando. […] Se da así una oposición entre mente y materia que, a menudo, se describe de la siguiente manera. Los objetos materiales se encuentran ubicados en un campo común, el «espacio» y lo que acaece a un cuerpo está conectado mecánicamente con lo que les sucede a otros cuerpos ubicados en otras partes del espacio. Pero los hechos mentales acaecen en ámbitos aislados, «las mentes», y no existe una conexión causal directa entre lo que le sucede a una mente y lo que le pasa a otra […]. Tal es, en síntesis, la doctrina oficial. Me referiré a ella, a menudo con deliberado sentido peyorativo, como «el dogma del fantasma en la máquina» […].2

Más comúnmente conocida como «dualismo cartesiano», la doctrina del fantasma en la máquina se atribuye convencionalmente a Descartes, precisamente a quien Ryle apuntaba con sus críticas. Si bien una atribución injusta, puesto que el dualismo es anterior al filósofo francés y es probable que él solo lo defendiera para evitarse enemigos en la Iglesia,3 la idea de que el alma y el cuerpo constituyen dos entidades separadas es muy popular. En promedio, un 65 % de los europeos encuestados por el Pew Research Center está de acuerdo con la idea de que tiene tanto un cuerpo cuanto un alma, mientras que solo un 48 % está de acuerdo con la de que no existe un alma.4 En España, en concreto, los encuestados que respondieron afirmativamente a tener un alma y un cuerpo se corresponde con la media europea, pero solo el 52 % estuvo de acuerdo en que no existen fuerzas espirituales en el universo.

Se trata de una concepción persuasiva para muchas personas, pero que no se ajusta nada bien a la realidad. Al menos tres líneas de investigación científica han exorcizado el fantasma de la máquina.

La primera pertenece a los casos médicos. Por una parte, se sabe por accidentes como el de Gage que ciertas lesiones cerebrales pueden provocar el deterioro o la pérdida de determinadas habilidades cognitivas. Por ejemplo, los pacientes que han sufrido lesiones en algunas zonas de la corteza prefrontal del cerebro experimentan poco o ningún arrepentimiento cuando toman decisiones con consecuencias desfavorables (como perder en un juego de apuestas o haber invertido mal su dinero), les resulta difícil —si no imposible— «leer» las emociones de otras personas (empatía) y ni siquiera se sienten incómodos al imaginarse en situaciones desagradables (como la de tener que pinchar con agujas los ojos de otra persona).5 Otras lesiones en áreas cerebrales ubicadas entre los lóbulos temporales y occipitales producen una condición neurológica denominada «acromatopsia».6 Los acromatópsicos son incapaces de ver el color y ni siquiera pueden imaginarlos, lo que sugiere que la mente necesita recorrer las mismas redes neuronales para evocar un recuerdo y, si estas están lesionadas, no le es posible hacerlo.

La segunda línea de evidencia procede de condiciones inusuales que, aunque también son de índole médica, no se deben precisamente a lesiones cerebrales. Un ejemplo de estas rarezas es la sinestesia, una condición en la que la estimulación de un sentido produce una activación involuntaria en otro.7 Los sinestésicos pueden ver colores cuando oyen ciertas palabras, experimentar sensaciones cuando ven determinados colores, ver formas cuando prueban algunos sabores, emparejar sonidos con imágenes, etcétera. Otras condiciones producen efectos subjetivos igualmente difíciles de imaginar, aun de comprender.8 Quienes sufren el síndrome de Capgras, por ejemplo, a menudo desarrollan teorías de conspiración. Los pacientes dicen que un ser querido, como un amigo o un familiar, ha sido reemplazado por un impostor que actúa como el original. En estos casos, su cerebro no puede asociar la información semántica del rostro de una persona con la información emocional de los recuerdos que tiene de esa persona, por lo que el paciente se encuentra incapaz de reconocerla.

La última línea de investigación, muy reciente en la historia de la psicología, es la neuroimaginería, la obtención de imágenes del cerebro que han permitido revelar diversos aspectos de la vida más secreta de la mente. Existen varias técnicas, pero las más conocidas y empleadas actualmente consisten en las imágenes de resonancia magnética (IRM) y sus hijas, las imágenes de resonancia magnética funcional (IRMf). Con la primera se obtienen imágenes bastante detalladas del sistema nervioso por medio de la aplicación de un campo magnético que atraviesa la cabeza. Con la segunda se consiguen representaciones tridimensionales de la actividad cerebral al medir el flujo de oxígeno en la sangre (el principio es que el oxígeno tiende a concentrarse en las zonas más activas).

¿Cómo esperarías que funcionara el cerebro de, digamos, una persona creativa? Un grupo de investigadores puso a prueba una hipótesis con el uso de imágenes de resonancia magnética funcional.9 Estudios anteriores habían sugerido que la creatividad requería de tres redes cerebrales principales. La red de modo por defecto es lo que ocurre en el cerebro cuando uno está en reposo (no durmiendo), una especie de «estado inactivo» del cerebro. La red de control ejecutivo monitorea lo que sucede, administrando las partes emocionales del cerebro, dirigiendo recursos como la atención y supervisando las decisiones. Y la red de atención determina las cosas que se perciben y cuáles se escoden de nuestro radar (si quieres ver cómo funciona, cuenta cuántas veces se pasan los jugadores la pelota en este video). Los investigadores esperaban que la red de modo por defecto generara las ideas, que la red de control ejecutivo las evaluara y la red de atención ayudara a identificar las ideas que pasaran al control ejecutivo. Tras analizar la actividad cerebral de un grupo de participantes australianos, confirmaron que, en efecto, los cerebros de las personas más creativas mostraban más actividad en las regiones cerebrales relacionadas con la atención, el control ejecutivo y el modo por defecto que los de las personas menos creativas. Y cuando repitieron el experimento con otro grupo de participantes chinos descubrieron que podían predecir qué persona era más creativa que otra solo a partir de su actividad cerebral.

Se han realizado hallazgos igual de atractivos al estudiar otros rasgos psicológicos. Un grupo de investigadores halló que mientras una región del cerebro procesa la información relativa a las expectativas y las creencias sobre las contingencias, otra combina estos datos y guía nuestra toma de decisiones.10 Asimismo se han podido encontrar correlatos entre la personalidad y la actividad cerebral.11

Es evidente que, si la mente fuese una sustancia inmaterial que descansa en el plano astral, no sería posible alterarla con las lesiones cerebrales. Tampoco debería ser posible predecir las cualidades de una persona, como su talento creativo, solo con observar su actividad cerebral. Cortar el cuerpo calloso (una red de fibras neuronales que une los dos hemisferios cerebrales) constituía una práctica común para tratar casos graves de epilepsia con el propósito de evitar que los ataques se transmitieran de un hemisferio al otro. Los pacientes a quienes se les ha practicado una callosotomía a menudo se topan con situaciones extrañas, como la de que sus dos manos no consiguen ponerse de acuerdo sobre qué productos meter en el carrito de compras.12 Dado que sin el cuerpo calloso los dos hemisferios pierden la capacidad de comunicarse entre sí (como no sea por medio de la telepatía), es razonable concluir que ambos se vuelven dos cerebros autónomos (el alma se divide). Pero la conclusión más importante de todos estos descubrimientos es la de que no existe un espíritu ni un alma, ni un fantasma en la máquina.13

Aunque en principio sea legítimo preguntarnos si la ciencia podrá resolver problemas como el de la consciencia,14 por ejemplo, la ciencia ya ha resuelto muchos problemas que anteriormente se creían irresolubles, por lo que me parece que tenemos buenas razones para el optimismo.15 Aun así, quienes prefieren creer en la existencia del alma jamás estarán completamente convencidos. En sus desesperados intentos por mantener sus ideas alegan que la ciencia no tiene todas las respuestas, que decir que no hay nada más allá del mundo material es reduccionista, que algunos misterios serán siempre misterios, que hay cosas que la ciencia no puede contestar… Acaso la respuesta definitiva a todas estas vergonzosas objeciones la tenga el escritor estadounidense de ciencia ficción Terry Bisson en un viejo texto suyo, en el que el escepticismo proviene de una fuente diferente:

—Están hechos de carne.
—¿Carne?
—Carne. Que están hechos de carne.
—¿Carne?
—No hay duda de ello. Tomamos a varios de diferentes zonas del planeta, los subimos a nuestras naves de reconocimiento, los estudiamos a fondo. Están enteramente hechos de carne.
—Eso es imposible. ¿Qué hay de las señales de radio? Los mensajes a las estrellas.
—Usan las ondas de radio para hablar, pero las señales no vienen de ellos. Las señales vienen de máquinas.
—Entonces ¿quién creó a las máquinas? Es con quien queremos contactar.
—Ellos crearon las máquinas. Es lo que intento decirle. La carne creó las máquinas.
—Eso es ridículo. ¿Cómo puede la carne crear máquinas? Me pide que crea en carne consciente.
—No se lo pido, se lo afirmo. Estas criaturas son la única raza consciente en el sector y están hechas de carne.
—Quizá sean como los orfolei. Ya sabe, una inteligencia a base de carbón que atraviesa una fase de carne.
—No. Nacen siendo carne y mueren siendo carne. Los estudiamos por diversas etapas de su vida, que no dura demasiado. ¿Tiene idea de la esperanza de vida de la carne?
—Ahórreme los detalles. Está bien, tal vez solo sean parte carne. Ya sabe, como los wedilei. Una cabeza de carne con un cerebro de electroplasma en el interior.
—No. Ya pensamos en eso, dado que tienen cabezas de carne como los wedilei. Pero se lo dije, los examinamos. Son íntegramente carne.
—¿Sin cerebro?
—Oh, claro que tienen cerebro. Es solo que ¡está hecho de carne!
—Entonces… ¿qué produce el pensamiento?
—No lo entiende, ¿verdad? El cerebro lo produce. Es la carne.
—¿¡Carne pensante!? ¿Me está pidiendo que crea en carne que piensa?
—Sí, carne que piensa, que siente, que ama, que sueña. ¡Es la carne! ¿Lo entiende?16


1 Antonio Damasio, El error de Descartes: La razón de las emociones (Santiago de Chile: Andrés Bello, 1999), pp. 23-27.
2 Gilbert Ryle, El concepto de lo mental (Barcelona: Paidós Ibérica, 2005), pp. 25-29.
3 Anthony Gottlieb, The Dream of Enlightenment: The Rise of Modern Philosophy (Nueva York: W. W. Norton & Company, 2016). Véase tb. Jaume Xiol, Descartes: Un filósofo más allá de toda duda (España: Bonalletra Alcompas, 2015).
4 «Attitudes toward spirituality and religion», Pew Research Center, 29 de mayo de 2018.
5 J. Hogeveen, C. Salvi y J. Grafman (2016), «Emotional intelligence: Lessons from lesions», Trends in Neurosciences, 39 (10): 694-705.
6 Paolo Bartolomeo, Anne-Catherine Bachoud-Lévi y Michel de Schotten (2014), «The anatomy of cerebral achromatopsia: A reappraisal and comparison of two case reports», Cortex, 56: 138-144.
7 Myrto Mylopoulos y Tony Ro (2013), «Synesthesia: A colourful word with a touching sound?», Frontiers in Psychology, 4: 763; Jamie Ward (2013), «Synesthesia», Annual Review of Psychology, 64, pp. 49-75.
8 Vilayanur Ramachandran y William Hirstein, «The paradoxical self», en The Paradoxical Brain, editado por Narinder Kapur (Nueva York: Cambridge University Press, 2011), pp. 94-109.
9 David Wolman, «The split brain: A tale of two halves», Nature News and Comments, 14 de marzo de 2012.
10 Marion Rouault, Jan Drugowitsch y Etienne Koechlincorresponding (2019), «Prefrontal mechanisms combining rewards and beliefs in human decision-making», Nature Communications, 10: 301.
11 Jonathan Adelstein y otros (2014), «Personality is reflected in the brain’s intrinsic functional architecture», PLoS One, 6 (11): e27633; Alessandra Nostro y otros (2018), «Predicting personality from network-based resting-state functional connectivity», Brain Structure and Function, 223 (6): 2699–2719.
12 Roger E. Beaty y otros (2018), «Robust prediction of individual creative ability from brain functional connectivity», PNAS, 115 (5): 1087-1092.
13 Antonio Damasio, Y el cerebro creó al hombre: ¿Cómo pudo el cerebro generar emociones, sentimientos, ideas y el yo? (Barcelona: Destino, 2010), ofrece un excelente análisis sobre cómo produce el cerebro las cualidades que a menudo nos parecen tan místicas, y Mario Bunge, El problema mente cerebro: Un enfoque psicobiológico (Madrid: Tecnos, 2002), para una discusión epistemológica sobre los principios materialistas. Véase tb. Peter Godfrey-Smith, Otras mentes: El pulpo, el mar y los orígenes profundos de la consciencia (Barcelona: Penguin Random House, 2017).
14 Michael Shermer, «Will science ever solve the mysteries of consciousness, free will and god?», Scientific American, 1 de julio de 2018.
15 Fermín Goñi-Sáez y Javier Tirapu-Ustárroz (2016), «El problema mente-cerebro (I): Fundamentos ontoepistemológicos», Revista de Neurología, 63 (3): 130-139; Javier Tirapu-Ustárroz y Fermín Goñi-Sáez (2016), «El problema mente-cerebro (II): Sobre la conciencia», Revista de Neurología, 63 (4): 176-185; Esteban Fernández Hinojosa (2017), «La conciencia y el problema mente-cerebro: Un camino de acercamiento entre la ciencia y la reflexión filosófica», Naturaleza y Libertad, 8: 93-129; Peter Godfrey-Smith (2019), «Evolving across the explaining gap», Philosophy, Theory, and Practice in Biology, 11: 1.
16 Terry Bisson, «They’re made out of meat», Omni, 1991.

Deja un comentario